La miseria: racionamiento
La vida cotidiana de la mayoría de ciudadanos de Barcelona estuvo marcada por las colas en las tiendas para intentar adquirir algunos de los productos que oficialmente se distribuían y que casi nunca estaban en las estanterías. La escasez de estos productos y alimentos, gran parte de los cuales eran desviados al mercado negro, hizo disparar los precios: en relación a 1936, el pan había aumentado un 647%; las patatas, un 517%; el aceite, un 502%, y el azúcar, un 308%. Este mercado negro, popularmente conocido con el nombre de estraperlo, se convirtió en la dura realidad del día a día. La imposibilidad de encontrar alimentos por la vía directa y oficial obligaba a la población a tener que recorrer a escondidas a este mercado.
Naturalmente, estos alimentos —como la carne— eran productos de lujo para la mayoría de la población. En lugar de aceite, se buscaba manteca y los boniatos servían para cualquier comida.
Para evitar conflictos ante la escasez crónica, las autoridades franquistas intentaron fijar unos cupones de alimentos: 12 kilos de pan por persona y mes; 1,5 litros de aceite; 2,225 kilos de bacalao, etc. Pero estas cantidades, fijadas en las cartillas de racionamiento, no llegaban casi nunca a las tiendas. Habitualmente, se desviaban al mercado negro.
Una de las consignas más polémicas de las autoridades franquistas en aquellos años fue la imposición del Día del Plato Único y el Día sin Postre, con la pretensión de mejorar el suministro de alimentos a la población. Lo que se presentó como una muestra de solidaridad a la Nueva España se acabó convirtiendo en objeto de todo tipo de comentarios críticos y chistes cargados de malhumor.






