La visita del Dictador
El 26 de enero de 1942, coincidiendo con el tercer aniversario de la caída de Barcelona a manos franquistas, era un buen momento para volver a recibir al Caudillo.
La parte central de la ciudad fue ornamentada para la ocasión. A media mañana el Caudillo llegó a la Plaza Calvo Sotelo; allí subió a un coche descubierto con el que pasó revista a las tropas que se encontraban en el tramo de la Diagonal entre la Plaza Calvo Sotelo y el Paseo de San Juan. Acto seguido, el coche bajó por el Paseo de Gràcia, hasta la altura de las calles Valencia y Aragón, en donde se había instalado la tribuna principal. Le esperaban el alcalde de Barcelona, Miguel Mateu i Pla, y el presidente de la Diputación provincial, Antonio M. Simarro. Detrás de ellos, toda la alta sociedad barcelonesa, la flor y nata de la Nueva España instalada en Barcelona desde 1939.
Aquella misma noche, en la cena de honor que el Ayuntamiento ofreció al Caudillo, el alcalde Mateu recordó que la ciudad se había puesto a trabajar, desde el primer momento, para enterrar «las huellas de la dominación roja».
Al día siguiente, el general Franco visitó Sabadell y Terrassa y por la noche presidió la función de gala en el Gran Teatro del Liceu, pensada para que Barcelona se rindiese a los pies del Caudillo. La visita oficial del dictador también contó con una jornada dedicada a los colectivos de trabajadores (productores en la terminología del régimen), que consistió en un gran desfile por la Vía Laietana presidido por Franco desde el balcón principal de la sede de la Central Nacional Sindicalista.









