Nuevos amigos para una nueva ciudad: Ciano y Himmler
Entre febrero de 1939 y mayo de 1945, la Barcelona franquista fue testimonio, protagonista y escenario de la amistad que se había tejido con los dos grandes aliados europeos de la España del dictador: la Alemania nazi y la Italia fascista. Estas nuevas amistades internacionales se hicieron presentes de diversas maneras y con actos diversos: desde las grandes visitas oficiales del conde Galeazzo Ciano y de Heinrich Himmler, hasta las excursiones de jóvenes hitlerianos a Montserrat, o la celebración del calendario nazi.
La primera, el 10 de julio de 1939, fue protagonizada por el conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de la Italia fascista. Su llegada a Barcelona fue organizada bajo la supervisión directa del segundo hombre más poderoso de la dictadura franquista, Ramón Serrano Suñer. Esta visita se preparó con todo detalle, con la voluntad de mostrar el momento glorioso de la España franquista: un arco victorioso de madera lleno de inscripciones imperiales y falangistas, banderas, visita a la sede de Falange, concentración de jóvenes falangistas en el estadio de Montjuich, y una visita a Tarragona para ofrecer una réplica de la estatua de Augusto como reconocimiento de la proyección imperial italiana. Todo se organizó —incluso la movilización ciudadana— para mostrar al conde Ciano que Barcelona era una ciudad fascista y mediterránea, latina en el lenguaje político de la época, que podía competir con cualquiera de parecida en Italia. Nunca más Barcelona volvería a vivir una visita fascista de esta categoría y dimensiones.
La visita de Heinrich Himmler, Reichsführer y máximo responsable de las SS y del aparato de seguridad de la Alemania nazi, fue más austera y tuvo una dimensión pública menos popular. El 23 de octubre de 1940 fue recibido por las autoridades en el aeródromo del Prat, disfrutó de un pequeño desfile militar delante del Hotel Ritz, donde se alojaba, y el Ayuntamiento ofreció una cena en su honor. Además, el gobernador civil, Antonio Correa Véglison, lo acompañó a visitar un campamento del Frente de Juventudes y el monasterio de Montserrat. Pero la imagen que transmitió esta visita fue diferente de la del conde Ciano, un año antes. Esta era una visita de alta política, conectada con la entrevista que, paralelamente, los dos dictadores —Franco y Hitler— estaban celebrando en Hendaya, y, por tanto, no tenía la dimensión popular que se dio a la del conde Ciano. En esta ocasión, la única recepción colectiva fue una pequeña demostración festiva en el Pueblo Español. La Alemania nazi era una buena amiga de la Barcelona franquista, pero seria y austera.












