Picasso siempre fue sensible a la escritura y a la belleza de las palabras. Sin embargo, no es hasta 1935 que esta forma de expresión se le impone, literalmente, como una necesidad. Y aunque aquel momento coincide con una crisis en su vida privada y con la reorientación de su trabajo plástico, su escritura no es circunstancial, pues da fe de su relación, honda y constante, con sus preocupaciones de artista. Ansioso por experimentar con su nuevo material, Picasso empieza por escribir en su lengua materna un dilatado texto sin puntuación que ocupa más de treinta páginas de papel Arches. El Picasso poeta, que se complace de ser un hombre de letras, esboza sus primeros apuntes en soportes diversos, entre ellos el conmovedor cuadernillo azul, una especie de radiografía en la que se analiza abiertamente. Habla de la escritura en proceso, de la traducción y de sus temas predilectos: el amor, la tauromaquia, el tiempo, la comida… De su laboratorio de escritura surgen poemas de lo más variado: poemas río o en bucle, variaciones, poemas rizomáticos o poemas más clásicos, con rimas y estrofas.