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El urbanista J. Borja (1) define la ciudad como "aquel producto físico,
político y cultural complejo, europeo y mediterráneo,
pero también americano y asiático, que hemos
caracterizado en nuestra ideología y en nuestros valores
como concentración de población y actividad,
mezcla social y funcional, capacidad de autogobierno y ámbito
de identificación simbólica y de participación
cívica. Ciudad como lugar de encuentro, de intercambio,
ciudad igual a cultura y comercio. Ciudad de lugares y no
un mero espacio de flujos".
El politólogo Isidre Molas (2) explica que "la ciudad moderna constituye un marco primario
de vida social y de interrelación; y, por tanto, de
solidaridad. Que ésta sea dejada a la iniciativa privada
o sea organizada de una manera colectiva por la misma ciudad
es un aspecto opcional, lo cual no significa que sea irrelevante.
Como tal marco proporciona un haz limitado de posibilidades,
dentro del cual las personas se mueven y optan. Es decir,
concreta las posibilidades de libertad real para ejercer las
libertades universales que el derecho y las costumbres del
sistema democrático otorgan. Frente al individualismo,
la ciudad es marco de solidaridad. Frente al aislamiento,
es marco de comunicación.
La ciudad cuenta con las mejores condiciones materiales para
forjar una oferta general de difusión de los aprendizajes
y de los conocimientos útiles para vivir en sociedad
y, al mismo tiempo, puede crear la gradación más
dispersa de desigualdades en su distribución. La ciudad
es un escaparate lleno de posibilidades y de ofertas diversificadas
para ser elegidas, pero también puede vivir organizada
en su desaprovechamiento o en la distribución desigual
de la libertad para hacerlo. El urbanismo nos ha enseñado
como la misma trama urbana puede introducir en su seno la
desigualdad de condiciones, pero hemos aprendido también
que ésta no es producto del destino, sino de la actuación
de las personas.
El sistema municipal, por su proximidad a los ciudadanos,
es el más abierto y el más transparente. Sus
decisiones y administración son las más palpables
y por tanto las que generan más fácilmente opinión
pública. Es, por tanto, escuela de ciudadanía.
La ciudad es, pues, un marco y un agente educador que, ante
la tendencia a la concentración del poder, practica
la opinión pública y la libertad; ante la tendencia
al gregarismo, expresa el pluralismo; ante la tendencia a
distribuir desigualmente las posibilidades, defiende la ciudadanía;
ante la tendencia al individualismo, se esfuerza por practicar
la individualidad solidaria. Facilita el tejido de los hábitos
ciudadanos que crean el sentido de reciprocidad, el cual engendra
el sentimiento de que existen intereses que no han de ser
lesionados. Une con los suaves lazos de la vida compartida.
Permite formar personas sensibles tanto a sus deberes como
a sus derechos".
En este encuadre, la educación aparece nítidamente
como la acción que va más allá de las
familias y las escuelas. Aunque incluyéndolas como
factores clave, la educación comprende hoy, multitud
de parámetros y de agentes no reconocidos hasta ahora
y abraza toda la población.
En cuanto a Barcelona, con motivo del I Congreso Internacional
de Ciudades Educadoras en 1990, el Ayuntamiento acuña
la expresión "ciudad educadora" lo hace desde
el convencimiento indiscutible que la ciudad es educativa
por el solo hecho de ser ciudad, es fuente de educación
en ella misma, desde múltiples esferas y para todos
sus habitantes.
La ciudad es pues educativa per se: es incuestionable que
la planificación urbana, la cultura, los centros educativos,
los deportes, las cuestiones medioambientales y de salud,
las económicas y presupuestarias, las que se refieren
a la movilidad y a la viabilidad, a la seguridad, a los diferentes
servicios, las correspondientes a los medios de comunicación,
etc. incluyen y generan diversas formas de educación
de la ciudadanía.
La ciudad es educadora cuando imprime esta intencionalidad
en la forma como se presenta a sus ciudadanos, consciente
que sus propuestas tienen consecuencias en actitudes y convivencias
y generan nuevos valores, conocimientos y destrezas. Están
implicados todos los ámbitos y conciernen a toda la
ciudadanía.
Esta intencionalidad constituye un compromiso político
que ha de asumir, en primer lugar, el gobierno municipal,
como instancia política representativa de los ciudadanos
y que les es más próxima; pero ha de ser necesariamente
compartida con la sociedad civil. Significa la incorporación
de la educación como medio y como camino hacia la consecución
de una ciudadanía más culta, más solidaria
y más feliz.
Dicho compromiso reposa sobre tres premisas básicas:
información comprensible- necesariamente discriminada-
hacia la ciudadanía, participación de esta ciudadanía
desde una perspectiva crítica y corresponsable y finalmente
-aunque no menos importante- evaluación de necesidades,
propuestas y acciones.
Para la ciudad educadora, el gran reto del s.XXI es
profundizar en el ejercicio de los principios y valores democráticos
por medio de orientaciones y actuaciones adecuadas. Hay pues
que introducir en el ordenamiento jurídico-político
propio de cualquier democracia, factores pedagógicos
que permitan utilizar la información, la participación
y la evaluación como ejes de aprendizaje y de educación,
y de construcción de ciudadanía.
El compromiso antes citado comporta, dentro del propio gobierno
local, unas determinadas relaciones y formas de trabajo entre
los miembros del equipo de gobierno, dada la transversalidad
del tema.
Muchas políticas municipales continúan considerando,
todavía, la ciudad educadora sólo como
un conjunto de actuaciones relacionadas, de una manera u otra,
con las instituciones o edades educativas convencionales.
A menudo, las políticas de ciudad educadora
parecen interesar o implicar sólo a los departamentos
o instituciones educativas.
La ciudad educadora es un nuevo paradigma, un proyecto
necesariamente compartido que involucra a todos los departamentos
de las administraciones locales, las diversas administraciones
y la sociedad civil. La transversalidad y la coordinación
son básicas para dar sentido a las actuaciones que
incorporan la educación como un proceso que se da a
lo largo de toda la vida.
Las autoridades locales han de propiciar, facilitar y articular
la comunicación necesaria para el conocimiento mutuo
de las diversas actuaciones que se llevan a cabo y para establecer
las consiguientes sinergias para la acción y para la
reflexión, constituyendo plataformas conjuntas que posibiliten
el desarrollo de los principios de la carta de Ciudades Educadoras.
Las formas concretas de este desarrollo y la concreción
del concepto ciudad educadora son tan diferentes como
diversas son las ciudades. Con ritmos y niveles de implicación
diferentes. Esto dependerá de su propia historia, ubicación,
especificidad y también del propio proyecto político.
Sin duda, el camino para conseguir una ciudad educadora
es largo, pero es también estimulante y positivo y
ha de ser trazado y reconocido por todos: gobiernos locales
y sociedad civil.
Se convertirá así, en una demanda y exigencia
de los ciudadanos, en un logro sin retorno, tal como se expresa
en la introducción de la Carta de Ciudades Educadoras:
"Se afirma pues, un nuevo derecho de los habitantes de la
ciudad: el derecho a una ciudad educadora"
Pilar Figueras Bellot
Secretaria General de 1994 a septiembre de 2012
1 "La ciutat del futur i el futur de les ciutats". Borja, Nel.lo,
Vallés
Fundació Campalans. Barcelona,1998
2 "La Ciudad Educadora" AAVV- Ajuntament de Barcelona, 1990
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